Hace unos días, también salía esta noticia del responsable de RRHH de Google: “El expediente académico no sirve para nada“. La consultora Ernst & Young, el pasado agosto, era noticia por lo mismo: “‘No evidence’ that success at university is linked to achievement in professional assessments, accountancy firm says“.
Creo que toda esta oleada de ataques contra nuestros quehaceres universitarios se deben a que las grandes empresas quieren en cierto modo tener un papel más activo en el conocimiento y el desarrollo de competencias. Es más, que Google anda detrás del sector universitario es cada vez un rumor mayor.
No puedo estar más en desacuerdo con esta forma de entender la universidad. En este artículo, el autor dice una frase bastante lapidaria: “Ni el estudio es garantía del éxito, ni el no contar con un título es garantía del fracaso“. Si os fijáis, es muy diferente decir que “los estudios no son garantía, y tampoco el no tenerlos” que “el expediente académico no sirve para nada“.
Si yo fuera la que selecciona, y supongamos que tengo que hacerlo al azar entre 100 candidatos, prefiero que sea entre candidatos que tengan estudios universitarios, que entre 100 que no los tengan.
Es cierto que hay muchos más factores de éxito, pero sí creo que por lo menos reduce las probabilidades de fracaso el hecho de contar con estudios universitarios. Ojo con qué entendemos por universidad. Quizás es que con cierta frecuencia confundimos las universidades con las escuelas de negocio, sinónimo de competitividad en el mercado. Estas nacieron en la segunda mitad del Siglo XIX para preparar a la élite que debía dirigir y gobernar las empresas en el capitalismo de la era industrial.
Las universidades no son escuelas de negocio. Las universidades, el equivalente a un ágora, a la academia de Platón, donde se reflexiona y se sintetiza el conocimiento requieren alumnos inquietos intelectualmente, requiere rigor científico, requiere reflexión e investigación en todas las materias del conocimiento humano.
Suelo decir que el papel de la universidad hoy en día es facilitar entender sociedades complejas que conforman un mundo aún más complejo. Nuestra misión es dotar al estudiante de capacidades, herramientas y habilidades para mejorar nuestro mundo a través de una transformación responsable, humana y ética. ¿Es esta visión de la universidad compatible con esos mantras dominantes de las grandes empresas? No lo veo.
La responsabilidad de las universidades en nuestras sociedades del desarrollo, de la movilidad social y de la reducción de las desigualdades, es fundamental. Alrededor de los años setenta, pasó de ser un centro de aprendizaje de las clases altas y medias a incluir entre su alumnado a las clases trabajadoras que nunca hasta entonces habían podido entrar. Así, las universidades han contribuido a la extensión de la cultura, entendiendo esto como al mundo del pensamiento, a los conocimientos filosóficos, literarios y artísticos, así como los instrumentos básicos para el desarrollo profesional, personal y social.
No obstante, hay muchos elementos que hacen popularizar titulares “Hazte millonario sin estudiar”. La progresiva disminución de las asignaturas de humanidades -Literatura, Filosofía, Historia, Geografía- en la educación primaria y secundaria, acaba contagiando a las universidades.
En la última reforma de la Ley de Educación, la Historia de la Filosofía pasa a ser optativa y las horas de Literatura disminuyen. Creo que con esta idea, a los estudiantes les puede ir quedando medianamente claro que estas materias no son importantes porque no sirven para abrirse paso en el mercado de trabajo. Y así, seguimos construyendo un discurso eminentemente utilitarista sobre la función de la educación en general, y en última instancia, de la universidad.
No hay que olvidar también que la desigualdad creciente intrapaís (a pesar de la reducción de las desigualdades interpaíses) puede suponer una regresión importante para el acceso a estos templos de conocimiento, también es importante. Por lo tanto, en este contexto, que vayan a atacar el rol de las universidades, me parece una irresponsabilidad importante por parte de las empresas.
El motivo “no se prepara profesionalmente a los alumnos para el mercado laboral” parte de una premisa falsa; y es que nunca fue el objetivo principal de las universidades. El foco de su objetivo es la de potenciar intelectualmente a las personas, dotarles de conocimientos y de capacidad de reflexión. Es cierto que la universidad tiene que transformarse de la misma manera que se transforma la sociedad, pero no hay que olvidar el objetivo último de la universidad.
No obstante, y pese a que no fuera su función me parecía bastante evidente, me he puesto a buscar algo más de evidencia empírica (más allá de la “anécdota” de los seis multimillonarios… ¿Cuántos son en total, por cierto?). Me he encontrado con un reciente estudio elaborado por la Reserva Federal de Sant Louis y Bloomberg, que estima cómo tres factores afectan a las opciones que uno o una tiene para ser millonario: edad, educación y raza.
Los investigadores William Emmons, Bryan Noeth, y Lowell Ricketts evidencian cómo, de esos tres factores, la educación es el más influyente en las opciones de convertirse en millonario. Es cierto que algunas razas tienen más opciones que otras (desgraciadamente), pero la educación tiene un papel fundamental. Esto, además, enfatiza la necesidad que esas desigualdades que antes decía, no sean un limitante para el acceso a la universidad.
Por último, respecto a la edad, es cierto que hay diferencias entre razas, pero también según se avanza, hay opciones de llegar a ser millonario. Esto, enfatiza la importancia de la formación continua a todas las edades.
Con esto, hago un llamamiento a dejar de difundir por Facebook y Twitter informes sobre cómo llegar a hacerse millonario sin estudiar. Y es que el papel de las universidades, creo, queda fuera de toda duda para el desarrollo de nuestras sociedades inclusivas, igualitarias y menos desiguales que las actuales. Sumemos entre todos.