Entre los espacios huecos existentes en el cerebro, la médula espinal y las dos meninges, circula un líquido elaborado a partir del tejido que reviste los ventrículos en el cerebro (conocido como plexo coroideo).
Este líquido fluye especialmente en el interior del cerebro y de la médula espinal con el fin de proporcionar determinados nutrientes y amortiguarlos en caso de que se produzca una lesión.
Se trata del líquido cefalorraquídeo o cerebroespinal, una sustancia de vital importancia para nuestro organismo. ¿Qué es y cuál es su composición? ¿Para qué sirve? ¿Qué enfermedades pueden surgir si se altera de algún modo el flujo de líquido cefalorraquídeo? Te lo descubrimos en este artículo.
También conocido como líquido cerebroespinal (LCE), el líquido cefalorraquídeo (o LCR) es una sustancia incolora o transparente elaborada a partir del tejido que reviste los ventrículos en el cerebro -conocido como plexo coroideo-.
En condiciones normales tiende a sumar un volumen que puede llegar a alcanzar los 150 ml, renovándose cada 3-4 horas aproximadamente. Además, baña el encéfalo y la médula espinal, circulando por el canal medular central, los ventrículos cerebrales y el espacio subaracnoideo.
Desde que es producido, el líquido cefalorraquídeo pasa por distintas partes hasta llegar a la médula espinal a través de la conocida como cisterna magna, que consiste en un depósito de líquido situado por debajo del cerebelo, detrás del bulbo raquídeo.
El LCR inicia su recorrido por los ventrículos laterales y se dirige hacia el tercer ventrículo (a partir de los agujeros interventriculares o agujeros de Monro), alcanza el acueducto de Silvio o cerebral y finalmente el cuarto ventrículo. Finalmente, desde ahí, el líquido cefalorraquídeo fluye por un conjunto de orificios -uno central y dos laterales- hasta ingresar en la cisterna magna.
Cuando el líquido cerebroespinal es renovado (cosa que como indicábamos anteriormente ocurre cada 4 horas aproximadamente), su eliminación se realiza a través de una proyección de células de la meninges intermedia o membrana aracnoides, conocidas como vellosidades aracnoideas, hasta desembocar en el torrente sanguíneo.
Para su producción, el organismo utiliza fundamentalmente plasma sanguíneo. En su composición, encontramos distintos elementos como glucosa, aminoácidos, ácido monocarboxílico, ácido nucleico, colina, vitaminas (en especial del complejo B), electrolitos y diferentes hormonas. Todo este equilibrio es fundamental, especialmente para que la integridad funcional de nuestro cerebro se mantenga.
Son varias las importantísimas funciones en las que participa de forma activa el líquido cefalorraquídeo. Una de las más fundamentales tiene relación con su capacidad para eliminar los residuos producidos por el sistema nervioso, llevándose estos metabolitos y otros elementos para posteriormente ser excretadas del sistema.
Y es que, de no eliminarse, este tipo de residuos podrían acumularse y afectar a su vez de forma grave a su buen funcionamiento, al quedar sedimentadas en distintas regiones tanto del sistema nervioso como en zonas cercanas, afectando de forma tremendamente negativa al estado de las células vivas.
Por otro lado el LCR es importante para amortiguar el sistema nervioso de golpes y otros tipos de impactos que podrían lesionarlo con mayor facilidad en caso de no estar presente este líquido.
También tiene relación con el mantenimiento de la presión intracraneal, al mantenerla en un equilibrio constante (homeostasis), ayudando a que no sea ni muy elevada ni muy baja.
La hipertensión intracraneal es un trastorno de origen neurológico en el que se produce un aumento de la presión del líquido cefalorraquídeo en el interior de la cavidad craneal.
Cuando no es idiopática, este aumento de la presión tiene relación con diferentes causas relacionadas, como presencia de coágulos de sangre en el cerebro, una enfermedad o un tumor cerebral.
Sin embargo, cuando no es así nos encontramos ante la hipertensión intracraneal idiopática, cuya causa es desconocida -es decir, se produce un aumento de la presión intracraneal sin que exista una causa justificada.
A diferencia de la hipertensión intracraneal, en el caso de la hipotensión intracraneal nos encontramos ante un síndrome menos frecuente que esta, en el que la presión intracraneal es mejor de 60 cm de H2.
La hipotensión intracraneal habitualmente se produce como consecuencia de una pérdida de líquido cefalorraquídeo. No obstante, no es la única causa posible, ya que también puede surgir como consecuencia de una producción insuficiente de este líquido.
Suele cursar con cefalea holocraneal (la cual tiende a mejorar tras tumbarse o acostarse) y diplopía (visión doble). El tratamiento médico a aplicar tiende a ser sobre todo conservador, incluyendo el reposo tumbado en la cama, analgésicos, abundante hidratación, y administración de teofilina o cafeína.
La hidrocefalia es una de las enfermedades y trastornos asociados al LCR más habituales. Consiste en la acumulación excesiva de líquido cefalorraquídeo en el interior de los ventrículos, las cavidades más profundas del cerebro.
Aunque puede aparecer a cualquier edad, es común que se presente sobre todo en bebés y en adultos después de los 60 años de edad. Entre los síntomas que suelen surgir podemos mencionar: cabeza inusualmente grande (especialmente en bebés y niños pequeños), fontanela hinchada o tensa en la parte superior de la cabeza, irritabilidad, vómitos, visión borrosa, somnolencia y convulsiones, entre otros.
Es una condición grave, ya que puede causar problemas en el desarrollo físico y mental, además de daños permanentes en el cerebro, pudiendo llegar a ser mortal si no es tratada médicamente.
El tratamiento médico a aplicar incluye en muchas ocasiones una cirugía con el fin de implantar un pequeño tubo flexible y robusto capaz de desviar el flujo del líquido cerebroespinal a otra zona del cuerpo donde sí pueda ser absorbido con normalidad (derivación).
Una vez intervenido el paciente, y aplicados otros tratamientos como rehabilitación, fármacos y medicinas, la mayor parte de las personas afectadas pueden llevar, con ciertas limitaciones, una vida normal.