Establecer unas reglas de casa o límites claros puede resultar más difícil de lo que en un principio podría parecer. Muchos de los padres y madres de hoy en día tienen miedo de imponer prohibiciones y castigos y mostrarse excesivamente estrictos con sus hijos e hijas, de manera que optan por una educación más tolerante y democrática de la que seguramente recibieron ellos.
Aunque evidentemente esa es una postura más positiva para el desarrollo del niño, podemos encontrar dificultades a la hora de establecer y mantener límites. A lo largo de este artículo aprenderemos sobre la importancia de educar a los pequeños con límites y normas y sugeriremos una serie de consejos para que sea más fácil aplicarlos.
Podríamos definir los límites como una serie de reglas y normas que dan forma a nuestro entorno y condicionan la manera en que nos relacionamos con él. No hay un listado concreto de reglas que se tengan que establecer, ya que depende mucho del contexto social, la familia y también del carácter del niño o niña.
Por ejemplo, habrá pequeños a los que se tendrá que recordar más que no se puede pegar a los demás, y otros que tendrán que aprender a compartir. En cualquier caso el objetivo de los límites es que los niños y niñas aprendan a convivir en sociedad y a respetar tanto a los demás como a sí mismo.
Puede ser que creamos que al poner límites estemos coartando la libertad de nuestros hijos, pero la realidad es que ellos los necesitan para sentir el entorno como un espacio seguro.
Los niños y las niñas no saben qué es lo mejor para ellos en cada momento porque tienen una perspectiva del mundo muy egocéntrica. Será a través de la educación y el aprendizaje de estas normas que sabrán que sus acciones tienen consecuencias (positivas o negativas) y nuestro objetivo, como padres y educadores, es crearles una base segura sobre la que puedan moverse en el mundo.
Cuando no conseguimos establecer de forma clara estos límites puede tener consecuencias negativas en el comportamiento del niño o niña, que puede ir desde rabietas de forma habitual hasta el llamado síndrome del niño emperador, manifestándose en una tolerancia nula a la frustración y un sentimiento de tener derecho a todo, egoísmo y falta de empatía.
En el otro lado del espectro encontraríamos los niños a los que se les ha impuesto excesivos límites, ya sea porque los padres y madres son de carácter estricto o porque son hiperprotectores. En cualquier caso acaba produciendo una baja autoestima en los niños, miedos y ansiedad, pero también una pérdida de autonomía que puede acabar derivando en problemas más graves, como falta de identidad propia y de herramientas para afrontar las dificultades de la vida.
Hay que tener en cuenta que hay muchos tipos de normas que se puedan establecer como principios de funcionamiento doméstico, o dicho de manera más sencilla “reglas de casa”. Pero básicamente podemos englobarlas dentro de dos grupos: explícitas e implícitas.
Esta clasificación está hecha desde una perspectiva adulta, con lo que para los niños prácticamente todas las normas empiezan siendo explícitas y la mayoría se interiorizarán para acabar siendo implícitas.
Un ejemplo de norma implícita puede ser ceder el asiento a una persona mayor en el autobús. Al ser implícita, los pequeños pueden aprenderla de forma explícita (la madre o el padre diciéndole al niño o niña que deje sentarse a la persona mayor), o bien por imitación, al ver cómo el adulto de referencia se levanta para ceder el asiento al anciano o anciana.
Muchas veces los niños aprenden los límites que dan forma a sus patrones de conductaa través de esta imitación de los comportamientos de los adultos o incluso de otros niños y niñas mayores que ellos, y puede ser tanto para bien como para mal, por eso es importante tomar conciencia de lo que queremos transmitir a nuestros pequeños.
Ahora que ya hemos establecido la importancia de que nuestros pequeños tengan unos límites razonables y bien definidos nos queda saber cómo podemos aplicarlos. Lo que encontraréis a continuación serán pautas generales, pero es importante priorizar nuestro sentido común y adaptarnos a cada situación y niño, así como a sus edades.
Desde los primeros momentos es necesario poner límites claros y dar explicaciones breves y sencillas adaptadas a las capacidades cognitivas del niño para que este sepa claramente qué esperamos de él y por qué tiene sentido eso que le estamos pidiendo. No es suficiente con decir “pórtate bien” porque los niños todavía no saben lo que es bien y lo que es mal, lo aprenden a través de la imposición de límites de los adultos.
Es importante que los niños sepan que si sobrepasan un límite y se les ha advertido previamente, va a haber una consecuencia directa de su comportamiento. Si vamos variando el criterio para decidir dónde está el límite, el niño acabará no interiorizándolo y nos costará el doble de trabajo que nos haga caso.
Por ejemplo, si tenemos por norma que la hora de ir a dormir son las 9 de la noche, pero cuando el pequeño llora y dice que no quiere ir a dormir le permitimos quedarse hasta las 10, aprenderá que puede manipular a los adultos y salirse con la suya a través del llanto y seguramente lo volverá a repetir (refuerzo negativo). En caso de que algún día se haga una excepción es muy importante explicar claramente que es una excepción y el por qué se ha dado, para que el niño entienda que no va a suceder siempre.
Esto no quiere decir que el niño pueda elegir si quiere o no quiere hacer una acción que tiene que hacer, sino darle libertad de movimiento dentro de esa acción. Por ejemplo, si es la hora del baño puedes preguntarle si quiere que le ayudes o no, o, si tiene hermanos o hermanas, si quiere ir primero o segundo.
Otro ejemplo podría ser cuando queremos que deje de hacer algo, pero lo podemos redirigir. Imaginemos que el niño o la niña está dibujando en la pared. No es que dibujar en sí esté mal, sino que lo está haciendo en la pared. Lo mejor es explicarle que no podemos dibujar en las paredes y lo acompañemos a que pinte en un papel. De este modo acabará haciendo lo que deseamos que haga y el niño tendrá cierta sensación de autonomía, además de sentir que sus sentimientos y deseos son aceptables.
Todos podemos perder la paciencia en algún momento, pero siempre que sea posible es mejor hablar con los niños sin gritar. Cuando gritamos lo único que hacemos es o bien asustarlos o, en caso de que estén enfadados, aumentar el enfado.
La mejor estrategia que podemos adoptar es bajar a su altura para que vuestras caras queden a la misma altura y hablar con él o ella de forma seria y sosegada, explicándole qué está haciendo mal y qué es lo que esperas que haga. Según la edad del niño también podemos hacerle preguntas sobre su comportamiento para que sea él mismo el que haga el razonamiento. Si estamos muy enfadados es mejor esperar un minuto para tranquilizarnos y abordar la situación a continuación.
Es mejor separar el niño de su conducta para evitar un posible efecto Pigmalión. Si le decimos mucho a un niño que es malo puede acabar adoptando esa etiqueta y creerse que es malo, repitiendo así conductas que refuercen esa etiqueta. En estos casos es mejor decir, por ejemplo, que se está portando mal, o que no te gusta esa acción concreta que ha realizado.
Si hay algún límite que está costando que cumpla, es mejor intentar que lo cumpla usando el reforzamiento positivo en vez de amenazarlo con un castigo. Por ejemplo, si el niño o la niña no quiere ducharse es mejor decirle que si se ducha ahora podréis jugar un rato antes de cenar que decirle que si no se va a duchar lo castigarás sin jugar.
Al final si no va a ducharse se quedará sin jugar igualmente porque ha tardado mucho y ya es la hora de cenar, pero sabrá que tú le has dado una opción en la que existía la opción de poder jugar y no la ha aprovechado.
En resumen, recordemos que el sentido de establecer un sistema de "reglas de casa" basado en límites razonables es mejorar la convivencia familiar y asentar unas bases de educación respetuosa para nuestros niños. Y en lo que respecta a nosotros como adultos, también supondrá un gran aprendizaje, pues será una experiencia de crecimiento personal que nos enriquecerá en nuestra aventura como padres.